“Aquel día iba yo al cine, a ver una peli guarra; porque, en aquel tiempo, ser puritano aún no era de izquierdas.”
El Farraguas es un poco garrulo. Bueno, un poco no: bastante. Mi ex, la Blanca, no lo soportaba. Bueno, ni a él, ni a ninguno de los de la colla del Carmelo. A ella siempre le había ido más el juntarse con gente de Sant Cugat y del Eixample, y supongo que ahora que anda con uno de Esquerra, estará ya en su salsa. Además, que el fulano es de Esquerra por partida doble: porque es de Esquerra Republicana de Catalunya, con carguillo en el Govern, y toda la pesca, y además es de la Esquerra del Eixample. Del Gueixample, que le llaman ahora a ese barrio, porque está lleno de locales de ambiente y de banderas arcoíris colgando de los balcones, entreveradas de esteladas. Alguna he llegado a ver que, a las franjas con los seis colores (que por qué le pondrán seis, si el Arco Iris de verdad tiene siete), le añaden el triángulo con la estrella, que todo tienen que monopolizarlo los del Prusés. Que ahora, si no eres de ellos, por fuerza tienes que ser facha, no entienden que seas gayfriendly, ecologista y de izquierdas, y que no les bailes el agua con lo del dret a decidir, y el butifarreferéndum, y lo del 155. Como si tuviera algo que ver el culo con las cuatro témporas.
Bueno, que no lo he dicho: Yo soy Marc, el Marc Garrido. Mi madre me puso Marc porque no pudo ponerme Jordi, que era lo que ella quería, porque yo era el primer hijo que le nacía en Cataluña y para ella era todo un acontecimiento, y hasta un símbolo, si es que ella hubiese tenido estudios y hubiese sabido decir el palabro. Y no pudo, por doble razón: primero, porque en aquella época el Registro Civil sólo ponía nombres en castellano, y hubiesen tenido que ponerme Jorge, con g y con j, que es una letra que al habla andaluza se le resiste, y hubiesen tenido que pronunciarlo Horhe, con dos haches aspiradas, que suena de espanto. Y segundo, porque una tía mía se le adelantó por veinte días, a mi madre, y le puso Jordi a un primo mío de Terrasa, donde mis tíos habían montado una tienda. Y claro, que hubiese dos Jordis en la familia, y los dos con el mismo apellido, quedaba como raro. Eso, y que yo para mi madre era único, que como yo en el mundo para ella no había otro, y tenía que tener un nombre que no fuera oído. Y Marc también sonaba catalán, pero en aquella época se oía poco.
Vale, a lo que íbamos: que cómo conocí yo al Farraguas. Bueno: al Farragüas, con diéresis, que es como él lo escribe. Que yo se lo he dicho no sé ni cuántas veces, que delante de la a, la u no lleva diéresis, que la diéresis es para escribir agüita, y paragüero, y cigüeña, pero no para escribir Farraguas, que además es una palabra que no sale ni en el diccionario. Ni siquiera en el “Diccionario Secreto” de Camilo José Cela, que es donde salen las palabras de germanías, bueno, las de su época, que no es la nuestra. Pero él dale que dale, que Farragüas. Pues nada, Farragüas. Con diéresis. Como si quiere que le pongamos una hache intercalada.
Pues eso, que cómo nos conocimos. Que alguno hay que se piensa que nos conocimos militando en el PSUC, pero no. Porque cuando yo ingresé, me parece que él ya se había salido, porque la conciencia de clase le duró poco, o no; que aún le dura, pero lo que no le duró fue la disciplina de partido y el creerse lo que le decían, porque a veces en el Partido le hacen a uno comulgar con ruedas de molino, y eso no ha ido nunca con el Farragüas, que es un viva la virgen y un jetas del Carmelo. No, la cosa fue más chusca, y más de barrio; y no sé si contarlo, porque igual se mosquea. Porque ya lo he dicho al principio, que el Farragüas es un poco garrulo, y hasta un poco quinqui, aunque sea un quinqui ilustrado. Y por ahí vino la cosa.
Cuando yo ingresé en el PSUC, él ya se había salido. Porque la conciencia de clase le duró poco; o mejor dicho, lo que le duró poco fue la disciplina de partido. Porque en el Partido te hacen comulgar con ruedas de molino, y eso no ha ido nunca con el Farragüas.
Porque fue un día que estaba yo a punto de entrar en el metro, en la Plaza Ibiza, para irme a ver una peli guarra al cine Montserrat (el Montserrat estaba en los Quince, a tres paradas de metro de Horta), que había visto anunciada en las páginas de Cartelera de Cine de la revista TP, que me la compraba todas las semanas; creo que era una de la Bárbara Rey, que a mí me ponía que no veas. Bueno, a mí, y al rey Don Juan Carlos, que anda que no era bribón, el Emérito.
Hacía todavía poco que se había muerto el Caudillo y, para nosotros, poder ver una teta o un culo en el cine era como si por la Diagonal hubiesen entrado Fidel Castro y el Che Guevara bajando de Sierra Maestra, vaya, una explosión de libertad, aunque ahora ya lo veamos de otra manera y que si la cosificación del cuerpo de la mujer y que si la dominación del heteropatriarcado, y todo eso, y que por entonces la única que lo decía desde la izquierda era la Lidia Falcón, que se las tenía en la prensa progre con la Susana Estrada, que era algo así como la intelectual orgánica del destape, porque, además de enseñar el chocho, también escribía en las revistas. Porque quien clamaba, y bramaba, y hasta tronaba, contra la pornografía y la relajación de las costumbres era la Conferencia Episcopal Española, y Blas Piñar desde la revista Fuerza Nueva. O sea, los de siempre: el beaterío y el bunker, porque ser puritano aún no era de izquierdas.
Total, que no había empezado yo aún a bajar las escaleras cuando se me acerca un tío muy chungo, con pintas de agitanado, y me dice: chaval, las pelas. Y yo que me acojono, claro (me parece que aún no me había pasado mi aventura de la Princesa de la Atlántida, que ya os la contaré otro día), y no tardé ni diez segundos en soltarle los diez duros que me había dado mi madre para la entrada del cine, el billete de metro y la coca-cola. Y achantando la mui, que no me entere yo que le vas con el cuento a nadie, me suelta el menda, y vete ya a donde tengas que irte, que aquí no ha pasado nada. Y yo que bajo las escaleras del metro, porque no podía hacer otra cosa, y al llegar a las taquillas allí me quedo, con el corazón al borde de la taquicardia, porque claro, el tipo aquel me había desplumado, y yo ya no tenía ni para el metro, ni para el cine, ni para nada de nada. Y allí me quedé unos minutos, hasta que empezó a pasárseme el susto, y luego di media vuelta y volví a subir la escalera, de regreso hacia la calle.
Y el tipo seguía aún allí, supongo que esperando a otro pardillo. Y cuando me ve, que me pone cara rara. Pero dónde vas, pringao, me pregunta. Y yo, que siempre he sido muy sincero: pues a mi casa, porque iba a ir al cine, pero me has quitado la pasta y ya no puedo ir a ningún sitio. Y el otro: joder, pavo, pero qué pringao que eres. Y, tras pensárselo un momento: anda, ven, que si llegas a tu casa diciendo que te han atracado, aún vendrán los maderos a meter por aquí el hocico, y por diez duros no vale la pena que se molesten. Y me devolvió el dinero, pero a condición de que nos fumáramos un may a medias (que para decirle que no, con las pintas que tenía. Pero no veas lo mal que me sentó el canuto, que eché hasta la primera papilla), y desde aquel día nos hicimos amigos, hasta la fecha.
Y luego ya vino todo lo siguiente: yo fui a la Universidad, a Geografía e Historia, y él siguió graduándose en la de la calle, que es la que da más currículum, pero seguimos quedando a trincar nuestras cervezas y a fumar nuestros porros, y a hablar de política y de chatis, en la Plaza Pastrana, o en la Rambla del Carmelo, o en el pijoapartesco Bar Delicias, si la cosa se terciaba.
Y que no sé yo si esta historia no le llegaría a los oídos al Cercas y no se basaría un poco en ella para escribir Las Leyes de la Frontera, aunque el Farragüas y yo no fuésemos bien bien como el Zarco y el Gafitas, ni se nos metiese por medio ninguna quinquilla buenorra como la de la novela. Porque el Farragüas, ahí donde le veis, se relaciona con mucha gente, y dicen que hasta con el Marsé hablaba, antes de que el Marsé se muriera, claro. Y que las historias del Pijoaparte y del Faneca, por noveleras que fueran, algo siempre tenían que ver con las que él le explicaba.
Y mucho más tarde ya vino lo de Charnego News, claro. Pero en eso aún estamos.
Marc Garrido Orce
Barcelona, 26 de noviembre de 2021