Los italianos se cansan de tecnócratas y votan a la derecha más antisistema y gamberra

¡Manda Güebs! Con lo tranquilo que estaba yo en el retiro espiritual de mi falansterio budista particular del Carmelo, entre los pinos, la carrasca y las chumberas…

Y es que la pandemia arrasó con todo. Primero me metieron en un ERTE que no hubo manera de cobrar, y hasta dentro de dos años no me dan fecha de juicio: pleitos tengas y los ganes… Luego pillé el Covid –la Covid, dicen que se tiene que decir, como si el virus de los güebs fuese una tía, y no un bicho cabrón que se te mete dentro cuando respiras– y la empresa cerró del todo, así que me quedé definitivamente en el paro. Y como, para redondearlo, también me peleé con la parienta, he acabado en un semisótano abandonado por la calle Gran Vista, propiedad de la SAREB o de CaixaBank; sí, esos que dicen que hacen tantas obras sociales… Pero ahora parece que alguien acaba de darse cuenta que ando por ahí y ya tengo a la flor y nata de la banca y la política tocándome los güebos. Unos, porque quieren echarme, y la Colau, porque me quiere fiscalizar la vida con los Serveis Socials del Ayuntamiento. Pero bueno, aparte de esas menudencias, hasta que me echen me quedan por lo menos dos años, y mi semisótano está “puta madre”.

Pues eso. Que estaba yo tan tranquilo en mi falansterio de Gran Vista, alejado de todo el circo ese de la política catalana (y de la española, que la una no se entiende sin la otra, y las dos son igual de penosas, porque las dos son la misma), y tirándoles de paso los tejos a las Teresas pijiprogres que se dejan caer por allí para ver los búnkers de cuando la guerra (hay que joderse: antes esto era un barrio de barracas, y por aquí no se atrevía a entrar ni la Policía), cuando de pronto me viene el otro día el Garrido, descompuesto y lloriqueando, porque decía que en Italia había ganado la ultraderecha.

Y estaba yo ya por mandarlo rodando Conca de Tremp abajo para que no me espantara la caza con tanto lloriqueo, pero va entonces el tío y se pone a buscar en el móvil todo lo que había salido en los papeles sobre el tema, y me veo que la que ha ganado las elecciones es una jaca con cara de novicia viciosa de las que salían en las películas italianas de «destape» de los setenta, que me recordaba a la Virna Lisi o a la Mónica Guida, rubia no sé si de bote (para saberlo tendría que verle el pelo de otra parte del cuerpo, y ahora encima por ahí ya van todas depiladas) y con dos ojos azules que parecían dos huevos duros, o sea, de ese tipo que no parecen italianas pero que a los italianos les ponen como motos, y que encima se apellidaba Meloni, que es como en italiano se dice “melones” . ¡Manda webs!

Y me acordé yo de una vedette que había en España en la época de la Transición, que era “fan” de Blas Piñar, recitaba odas patrióticas en Radio Nacional de España con voz marcial y vibrante, y amenizaba con sus lentejuelas y con sus curvas vertiginosas los mítines de Fuerza Nueva, tan llenos, ellos, de bigotillos tipo Errol Flynn, condecoraciones de la División Azul y saludos con el brazo en alto. ¡Ahí era na! Carmen Apolo se llamaba la individua aquella (casi igual que Carmen Polo, que era la mujer de Franco). Pero todos le decíamos «la Tetas del Búnker».

–Oye, pa mí que esto es una coña de las del Charnego News. ¿Cómo se va a llamar “Melones” la pava esta?

–Que sí, hombre, que sí. Giorgia Meloni, de los Fratelli d’Italia, que son los herederos del Movimento Sociale Italiano, los fascistas misinos de toda la vida.

Me la vuelvo a mirar bien mirada y la verdad es que la pava tiene su punto, que hasta le da un aire a la Cicciolina. Y me digo yo que no sé qué tendrán las tías de derechas, que suelen estar más buenas que las de izquierdas, o por lo menos saben envolver mejor el producto, que eso también hace mucho; porque no vamos a comparar a la Arrimadas o la Villacís con la pánfila de la Montero o las frikis de la CUP, que parecen sacadas de una peli de monstruos. Aunque yo sé que al Garrido le pone una becaria suya cupaire, de esas que no se depilan el sobaco y que el flequillo parece que se lo corte un borrico a bocaos, o que en la peluquería les pongan un orinal en la cabeza y luego metan la segadora para quitar lo que sobra. Pero es que el Garrido tiene el gusto un poco extraviado, le faltan un par de sábados de bares de copas en la Autovía de Castelldefels para enterarse de lo que es bueno.

Y en eso de las pavas glamurosas de la derecha hay que decir que los italianos siempre nos han llevado ventaja, porque hace veinte o treinta años ya tenían de diputada a una tal Alessandra Mussolini, que era nieta del Duce y sobrina de Sophia Loren y que estaba de toma pan y moja; tanto, que hasta me parece que el Manuel Vázquez Montalbán se quedó un poco colgado con ella (anda que no le gustaban las jacas, al Manolo. Eso, y el papeo fino, que era un sibarita el tío, y te lo encontrabas siempre en los mejores restaurantes del casco antiguo de Barcelona), y se basó en ella para crear el personaje de una novela un poco friki que escribió para la radio y que tituló “María Hitler”.

–Tío, deja ya de alucinar con que si está buena o deja de estarlo, la tía esta, y quédate de una vez con la copla, que la cosa no va de broma. ¡Que han ganado los fachas, hostia, pero los fachas de verdad, los del saludo a la romana y el Giovinezza y el Faccetta Nera, cojones!

–Pero vamos a ver, empanao –le digo yo entonces, ya un poco hasta los güebs de tanto mesarse los cabellos y tanto rasgarse las vestiduras–, ¿cómo quieres que no gane la derecha en Italia, con la mierda de políticos que tienen? Allí la derecha no gana por méritos propios, sino por incomparecencia de la izquierda…

Y es que antes, en Italia, sí que había de verdad una izquierda. Cuando el Garrido y yo éramos jóvenes, y estábamos haciendo la Transición en España, Italia tenía el Partido Comunista más más fuerte de Europa, un partido con tropecientos mil afiliados y varios millones de votantes, al que todos envidiábamos y al que todos queríamos parecernos cuando fuéramos mayores. Era el partido de los trabajadores, de los intelectuales y de los artistas: Fellini, Pasolini, Visconti… ¡Coño, si hasta Raffaella Carrà era del PCI, con lo buena que estaba y los meneos que se pegaba en el escenario! Y claro, todos nos creíamos que cualquier día acabarían ganando las elecciones y que Italia sería el primer país del mundo en instaurar, por fin, una “vía democrática al socialismo”, que decíamos nosotros por entonces. ¡Manda güebs, lo jóvenes que éramos, y lo despistados que andábamos…! Y la de Teresas Serrat que nos cepillábamos, con el rollo aquel de la hegemonía gramsciana… O, por lo menos, lo intentábamos, y yo, quieras que no, algo pillé, porque, lo que es el Garrido, para eso siempre fue un poco pardillo…

Antes, en Italia, sí que tenían de verdad una izquierda: el Partido Comunista más más fuerte de Europa, con millones de votantes, y al que todos queríamos parecernos

Pero todo lo bueno se acaba, y un buen día, después de morirse el Berlinguer (que era el que se había inventado aquello del “eurocomunismo”, junto con Santiago Carrillo), el PCI decidió suicidarse y se reconvirtió a la socialdemocracia descafeinada tirando a neoliberaloide, porque a algún genio se le ocurrió que, después de lo del muro de Berlín, el comunismo ya no estaba de moda y lo que molaba era lo postmoderno y el pensamiento light, y lo de Fukuyama y el fin de la Historia.

Y más tarde, no contentos con eso, todavía quisieron rizar un poco más el rizo y arrejuntarse con los restos de la antigua Democracia Cristiana del mafioso Giulio Andreotti (que era algo así como si aquí el PCE de Santiago Carrillo se hubiese ido a juntar con la UCD de Adolfo Suárez pero cuando ya no estaba Suárez, o sea, cuando la UCD se había ido aún más a la derecha, con Calvo Sotelo y Landelino Lavilla). Y eso fue después de que la DC saltase por los aires con el escándalo de la Tangentopolis, o sea, cuando alguien tiró de la manta y dejó con el culo al aire a todos los políticos corruptos que habían manejado por allí el cotarro desde los años cuarenta.

Por supuesto que algunos comunistas irreductibles, como los galos de la tribu de Astérix, quisieron seguir resistiendo, ahora y siempre, al invasor, e intentaron refundar el PCI. Y, como eran muy originales, a su partido refundado le llamaron Refundazione Comunista. Luego, durante algún tiempo, pareció que no les iba del todo mal, y que podían incluso salvar los muebles del naufragio; pero empezaron a pelearse entre ellos, se volvieron a dividir en dos partidos, y encima fueron entonces y les cambiaron el sistema electoral (que era uno de los pocos auténticamente proporcionales que había en el mundo y permitía que las minorías obtuviesen representación en proporción a los votos recibidos), y les pusieron un sistema mayoritario, como los de USA o Gran Bretaña, de esos que dejan sin representación a las minorías, para acabar de borrarlos del mapa.

(De esto de los sistemas electorales, el que sí que sabe un huevo es el pijoaparte del Vicente Serrano, un antiguo colega que hasta ha escrito un libro sobre el tema, “El valor real del voto”. Ése sí que se escapó del barrio… A mí, hasta me regaló un ejemplar firmado de su libro y todo. Pero como está todo lleno de números y de palotes de esos que suben y bajan, todavía no he acabado de leérmelo: empiezo, pero siempre se me entornan los ojillos y me entra la modorra. ¡A ver si sacan pronto la película!)

Total, que lo que les quedó a los italianos, a partir de entonces, fue, o votar derechas, o votar derechas. Como en los USA. O sea: o votar una derecha “normal”, de gesto comedido y apariencia respetable, como la del Partito Democratico (que ya ni siquiera es Partito Democratico della Sinistra, para qué van a seguir engañando en el nombre), o votar a la derecha impresentable y antisistema. Como la de la Legga Nord, que se hace fotos con ikurriñas y esteladas, y cuyo lema “Roma ladrona” lo copiaron los procesistas con lo del “Espanya ens roba”. O la de Berlusconi, con sus fiestas locas de fulanas y de coca y sus Mama Chicho alegrando el cotarro. O la de los Fratelli, que se siguen acordando del Duce y de las glorias imperiales que no llegaron a ser, o de los aceites de ricino que sí fueron.

Y claro, al final los italianos se han cansado de votar a la derecha estirada y aburrida de los tecnócratas y los banqueros como Mario Draghi, que lo único que hacen es cuidarles el cortijo a los señoritos de Bruselas y del Banco Central Europeo. Y, a falta de una izquierda de verdad como la que tenían antes –una que sea capaz de plantarles cara con un par de riñones a los yankis y a los alemanes–, han decidido votar en su lugar a una derechona lenguaraz y gamberra que por lo menos llama a las cosas por su nombre, aunque sea para decir burradas, y que además lo hace con un par de melones. Los de la Meloni.

Y no te creas, que aquí estamos a tres cuartos de lo mismo. Aquí también acabarán cualquier día llegando los de VOX al Gobierno, porque al PSOE y a Podemos cada día dan menos ganas de votarlos, que ni son de izquierdas ni son nada, y porque la gente ha llegado a la conclusión de que, si al final el Gobierno siempre va a acabar dándote por culo, mejor que lo hagan profesionales, que son los que saben hacerlo bien. A menos que vuelva a salir alguna vez de algún sitio una izquierda de verdad, una izquierda como Dios manda, una izquierda de las de antes.

Joder, qué ganas de verlo.

Farragüas, El Carmelo. Farselona.

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