Un día sale por la tele la comisaria europea diciendo lo del kit de emergencias, y al otro nos quedamos doce horas sin luz, sin Internet y sin teléfono. Mandan güebs, que diría el Farragüas.

Por Marc Garrido Orce

Se non è vero, è ben trovato. Cuando menos, la casualidad fue llamativamente oportuna. O la ocasión la pintan calva, que diría Sun Tzu si hablase en castizo. Pero el caso es que hace poco más de un mes que la comisaria europea de emergencias salía por la tele sacándose del bolsillo mágico de Doraemon todos los cachivaches de su “kit” de emergencias, diciéndonos que teníamos que tener en casa garrafas de agua, latas de fabada, linternas con pilas de repuesto y radios antiguas de las de transistores, y el otro lunes España se quedó sin luz, sin teléfonos y sin Internet durante casi doce horas: las suficientes para que nos hubieran invadido Rusia, Israel, Marruecos y hasta Andorra, si Andorra no se hubiera quedado también a oscuras. Y, al día siguiente, todos los bazares chinos se quedaron sin linternas, sin hornillos de gas y sin navajas suizas. Y los Mercadonas, sin latas de fabada.

“No descartamos ninguna teoría”, decía Pedrito por televisión en cuanto la televisión dejó de tener la pantalla oscura. O sea: que nos medio daba a entender, como quien no quiere la cosa, que había sido un ciberataque como una casa. Que, quien lo había hecho, lo había hecho como advertencia. Y que, como decía Pinochet, al que advierte, con hacerlo una vez ya le basta. Que a quien sea no le gusta que andemos entre Pinto y Valdemoro, y ha querido tocarnos la cresta. Que a las duras y a las maduras. Y que al patrón hay que obedecerle sin rechistar y sense fer-se el ronso: hasta cuando el patrón no se sabe muy quién es, porque en la casa gran andan con pleitos de herencias.

Poco importa la mano ejecutora: la CIA, el Mossad… Incluso de ser Putin, el resultado viene a ser el mismo. Quieren que entendamos que estamos en una guerra, y que no hay nada que una tanto al rebaño, camino de que lo esquilen o camino del matadero, como que a la amenaza del bastón se una la amenaza del lobo. El capitalismo está en profunda crisis (energética, ecológica, financiera…), la hegemonía de Occidente puesta en entredicho (e incluso el propio concepto de Occidente, porque los USA ya no se fían de Alemania y sus vasallos), y hay que cuadrarse cuando te llaman a filas. ¿Cómo que el 2% del PIB en armamento? Si se puede, hay que aumentarlo hasta el 5%. Y, ya de paso, seguir subiendo la edad de jubilación y reduciendo los gastos sociales. Y prolongar la vida de las nucleares, que a lo mejor nos hacen falta para algo más que encender bombillas. Y trabajar más y quejarnos menos, como los bengalíes y los chinos. Que si no, nos van a comer la tostada. Bueno: que se la van a comer a los que mandan; porque a nosotros, a los currelas, hace ya tiempo que se nos la han comido. Pero no los bengalíes, no: los Amancio Ortega de turno que se llevan sus fábricas al Golfo de Bengala.

Luego ya empezaron las explicaciones técnicas, que si desequilibrio en la oferta, que si fuentes estables e inestables… El lobby nuclear y la derechona de siempre (y la nueva, que es todavía peor y más rancia; aunque la una y la otra cada día se diferencien menos) aprovecharon para echarle la culpa a las renovables, al “dogmatismo globalista” y a la Agenda 2030: que como hacía demasiado sol, nos habíamos quedado a oscuras. Y eso que, según Pablo Casado –que en gloria esté, desde que se lo zampó de un bocado la Ayuso–, era de noche cuando la energía solar no funcionaba. Mandan güebs, que diría mi amigo el Farragüas.

Porque a Sánchez se le puede acusar de muchas cosas: de oportunista, de ambicioso, de tener pocos escrúpulos o de mentir como un bellaco. Pero de fundamentalista nos parece que tiene poco. Más bien de marxista en sentido grouchiano: éstos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros. Y si le conviniese volver a echar mano de las nucleares, no nos cabe duda de que lo haría, igual que no le duele ir poniendo el culo (no el suyo, sino el nuestro) por siete miserables votos. Pero mejor que no lo haga: bastante mareados nos tiene con sus idas y venidas.

Que conste que soy de Letras y hablo desde la ignorancia, pero si el problema es que la actual red eléctrica española no está preparada para un porcentaje elevado de solar y de eólica, lo que habrá que hacer es invertir lo que haga falta para ponerla a punto y adecuarla. Suecia, Dinamarca y Austria tienen un mayor porcentaje de consumo de renovables que España, y de momento no se les han fundido los plomos; algo harán bien ellos que a nosotros se nos escapa.

Pero la solución no pueden ser las nucleares, por mucho que las eléctricas quieran estirar la vida útil de las que siguen abiertas y exprimiendo al máximo las inversiones que hicieron hace cuarenta años. Los riesgos de una nueva Fukushima o un nuevo Chernobyl son demasiado serios para tomarlos a broma, y el problema del almacenaje de los residuos de larguísima duración y altísima toxicidad que las centrales nucleares generan está lejos, muy lejos, lejísimos de ser resuelto. Quizá cuando se desarrolle la tecnología de la fusión, si es que algún día se desarrolla, el panorama sea distinto. Y desde luego que, si a ello nos ponemos, más urgente que cerrar las nucleares sigue siendo frenar las emisiones de CO2 que producen el efecto invernadero, porque sus peligros son más inminentes y los tenemos prácticamente encima (aunque al final, los que niegan el cambio climático vienen a ser los mismos que defienden las nucleares: ellos quieren seguir jodiendo el planeta por un lado y por el otro). Pero no se trata de elegir entre lo uno o lo otro, sino que a la larga habrá que saber ir prescindiendo de todas ellas: de la energía nuclear y de los combustibles fósiles.

Los oligarcas de la extrema derecha nos dicen que cuando nos jubilemos podremos ir de vacaciones a Marte con los viajes del IMSERSO

Y, en último término, y para ser realistas, tampoco las renovables son ninguna panacea: no basta sustituir energías sucias por energías limpias, entre otras razones porque limpia, limpia, no hay ninguna. La hidroeléctrica altera el curso de los ríos y obstaculiza el aporte de sedimentos en sus zonas bajas, la solar y la eólica tienen también impactos ambientales y paisajísticos y dependen de materiales raros, procedentes en gran medida de zonas en guerra y cuya producción es bastante limitada. Así que, si queremos un sistema auténticamente sostenible, y no cargarnos el planeta en dos días, no basta con poner el foco en la generación de energía, sino también en su consumo. Porque lo insostenible es tener un sistema basado en el crecimiento ilimitado.

El capitalismo verde es una utopía: el planeta tiene límites físicos, colonizar Marte como primer paso para crear un Imperio Galáctico es un delirio de lunáticos de extrema derecha, y a lo único que podemos sensatamente aspirar (sobre todo desde una perspectiva de izquierdas) es a repartir equitativamente los recursos existentes para satisfacer las necesidades reales de todas las personas: alimentación, sanidad, educación, entorno saludable, vivienda. No a una fantasía hollywoodiense en la que cuando nos jubilemos podamos ir de vacaciones al espacio con los viajes del IMSERSO.