Los fachillas casposos de VOX nunca inspirarán pesadillas eróticas como Salón Kitty o Ilsa, la loba de las SS.

Por Marc Garrido Orce. Departamento de Arqueología, Prehistoria y Búsqueda de la Identidad Perdida de la Universitat Autònoma de Miskatònik del Vallès.

El Apocalipsis está a la vuelta de la esquina. Pedro Sánchez ha convocado elecciones para el 23 de julio y, si se repiten los resultados de las locales de mayo, nos vemos una coalición de PP y VOX en la Moncloa como si del tráiler de una peli de Stephen King se tratara: la niña del exorcista Isabel Ayuso montando macrogranjas de exterminio de jubilados con el dinero que le sobre de subvencionar las escuelas sexistas del Opus mientras Santiago Abascal, transmutado en Norman Bates, fleta vuelos de la muerte para tirar inmigrantes al mar con la momia incorrupta de Franco esperándole en los salones de El Pardo.

Algunos ya se frotan las manos con la perspectiva: los que más, los indepe-golpistas del 1 de octubre, anhelantes de agravios reales o ficticios con los que alimentar su bulímico victimismo, y a los que ha faltado tiempo para tocar a rebato llamando a la construcción de un front sobiranista contra el Estado, después de cuatro años dándose puñaladas entre ellos y viendo cómo el Procés se les quedaba en nada, con sus zombificados seguidores cada vez más desmotivados en sus casas y hartos de que les tomen el pelo con lo del ja ho tenim a tocar, con lo de que el món ens mira y con lo de la Dinamarca del Mediterráneo. Y olvidando, desde luego, que lo más parecido al fascismo que existe hoy en España son los fanatizados Sturmtruppen de los CDRs y similares, que, cuando no están quemando contenedores y apedreando a los urbanos en la Plaza Urquinaona, se dedican a matar el tiempo acosando en las escuelas a las familias que se atreven a reclamar un triste 25% de clases en castellano para sus hijos, en la Universidad a los grupos de estudiantes que no les siguen la corriente, o en el bar a los camareros que, en lugar de un tallat i una ensiamada, tienen la osadía de servirles, en español, un café con leche y una ración de churros o porras.

Pero sí, es cierto: que se nos vengan encima los fachas, los del autobús de Hazte Oír y los de la foto del mena lanzando piedras a la yaya, disfrazado de guerrillero palestino, a todos nos da mucha grima. Habrá que respirar hondo y prepararse a una larga inmersión en el fétido pozo de mierda; no será la primera ni la última vez que, a las gentes de izquierdas, nos hacen pagar caros nuestros errores. Porque la derecha, y sobre todo la ultraderecha, sólo crecen con el nutritivo abono de las cagadas de la izquierda. Y una cagada como la copa de un pino ha sido no plantar cara durante todos estos años a la cleptocracia postpujolista, reconvertida en nacionalprocesista, que decidió envolverse en la estelada para tapar sus miserias y sus corruptelas al insultante grito racista de “Espanya ens roba”, como si los jornaleros en paro de Andalucía o Extremadura tuviesen la culpa de los recortes de la Generalitat en Educación, Sanidad y servicios sociales, o como si los maletines llenos de billetes camino de Andorra, las “mordidas” del 3 o del 5% o los millones defraudados en el Palau de la Música y demás chiringuitos convergentes y postconvergentes fuesen un ejemplo de integridad político-empresarial montserratino-calvinista.

La derecha, y sobre todo la ultraderecha, sólo crecen con el nutritivo abono de las cagadas de la izquierda. Y una cagada como la copa de un pino ha sido no plantar cara durante todos estos años al nacionalismo insolidario de la cleptocracia pujolista.

Y otra cagada, en absoluto menos grave, cometida en los últimos años por una parte importante de la izquierda española ha sido la de malvender los esfuerzos invertidos durante décadas por millares y millares de militantes a un telecharlatán con coleta, aupado a la popularidad por grupos mediático-empresariales de la derecha más rancia, y que pontificaba sobre mochilas y sobre pitufos gruñones mientras prometía asaltar los cielos desde La Sexta.

Porque las continuas concesiones a los del ho tornarem a fer, unida a la gesticulación esperpéntica de Podemos -auténtica caricatura, diseñada para desprestigiar los valores de la izquierda-, han sido el gran charco de diarrea mental sobre el que ha crecido la demagogia populista de VOX y sobre el que ha acabado patinando, con riesgo de desnucarse y de arrastrar el país en su caída, la ambición y el oportunismo del sex symbol Pedro Sánchez.

Aunque, en honor a la verdad, hay que decir que VOX no es un partido fascista: como mucho, son unos fachillas de mierda. Para ser fascistas de verdad, a los meapilas casposos de VOX les falta un mucho de épica y un no poco de siniestra grandeza. Los fascistas de verdad –los de los años treinta, los de Hitler, los de Mussolini o los de José Antonio Primo de Rivera– eran criminales, pistoleros, torturadores y asesinos, y desde luego no sentían respeto alguno por la dignidad ni la vida de aquellos a quienes consideraban sus enemigos, ni de aquellos que no tenían cabida en sus proyectos; pero también, y a la vez, eran idealistas que aspiraban a cambiar el mundo y que creían, a su manera, estar convirtiéndolo en un lugar mejor y más justo. O, por lo menos, así lo creían muchos de ellos: los que escuchaban arrobados los alegatos en favor de la justicia social en los discursos de Ramiro Ledesma Ramos y los que se emocionaban escuchando Giovinezza o Facetta Nera, himnos ingenuos y enardecedores en los que caritas blancas y negras desfilaban, unidas ante el Duce, al ritmo alegre de la Paz.

VOX no es un partido fascista: como mucho, son unos fachillas de mierda. Para ser fascistas de verdad, les falta un mucho de épica y un no poco de siniestra grandeza.

Pero VOX no tiene nada de eso. VOX es un club de señoritos neoliberales rencorosos, con rimbombantes apellidos compuestos, que no soportan ver a un obrero en la Universidad ni a un trabajador que lucha por sus derechos; una pandilla de cayetanos que paren hijos como conejos porque a ellos se los cuida la nanny y pueden llevarlos a colegios privados de élite y que por eso se oponen al aborto, que es una cosa de chonis poligoneras con leggins ajustados de las que tienen que elegir entre ser madres a los diecisiete o poder seguir estudiando aunque sea un módulo de peluquería en el insti de su barrio. VOX es un rebaño de asnos de pura raza ibérica que rebuznan contra la inmigración ilegal pero contratan a panchitas como mucamas y explotan a marroquíes sin papeles en sus latifundios y en sus invernaderos. VOX, en fin, es una piara de machirulos que se escandaliza de la diversidad y la libertad sexual porque se han quedado anclados en los chistes de mariquitas y de gangosos que eran la especialidad de su «intelectual» de referencia, el (pseudo)humorista Arévalo.

Pues eso, que son unos fachas. Pero unos fachas cutres sobre los que nunca se rodarán grandes películas de intriga como Los niños de Brasil u Odessa ni dramas bélicos como La lista de Schindler sino, como mucho, farsas tipo Torrente o como aquellas comedias de Berlanga que tan magistralmente interpretaba José Sazatornil, “Saza”. Son unos fachas de mercadillo a los que nadie levantará monumentos faraónicos que luego haya que resignificar por aplicación de una Ley de Memoria Histórica, porque lo único que aspiran a construirse son más chalets con piscina en las afueras. Son unos fachas de andar por casa, fachas de pa sucat amb oli, fachas que dan más asco que miedo, fachas que no saben llevar con distinción un uniforme militar ni una elegante trinchera de cuero sino que visten siempre como si fuesen a la comunión de una sobrina suya del Opus, ellas abotonadas hasta el cuello, ellos con americana tres tallas menores, como porteros de discoteca, para que se les marquen bien los pectorales trabajados de gimnasio. Unos fachas que jamás inspirarán pesadillas eróticas como las de Salón Kitty o Ilsa, la loba de las SS. Fachas que ni siquiera tienen la desfachatez desvergonzada de su colega italiana Meloni ni los santos cojones de su compadre húngaro Orbán, que es el único en Europa capaz de plantar cara a la OTAN y de no hacer reverencias al no menos facha Zelensky cuando el señorito Biden lo ordena.

En resumen, que sí, que son unos fachas. Y que nos va a dar mucho asco verlos en el Gobierno, si es que por desgracia llegan. Pero unos fachillas ridículos y de opereta que no tendrían nada que hacer si en este santo país tuviésemos una izquierda de verdad que se dejase de moderneces y de memeces y que escuchase de verdad a los ciudadanos. Una izquierda como las de antes. Una izquierda como Dios manda.

A ver si la montamos de una vez y nos dejamos de pamplinas.

Artículo publicado originalmente en Crónica Política Nacional e Internacional

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