Gabriel Truhán, charnego independentista y modelo a ratos libres
¿Que no existe el ascensor social? ¿Que no existe? Que me lo digan a mí, que desde Santa Coloma de Gramanet hasta donde estoy ahora, he llegado con esta cara y con esta labia que Dios me ha dado. Si es que, cuando se es guapo y se tiene estilo al decir “estoy aquí y estoy en esto”, lo demás viene por añadidura.
Me crié en el barrio de Fondo. Un charneguillo más, hijo y nieto de andaluces. Es cierto lo que dicen las biografías: descargué camiones de feria y hasta fui dependiente de El Corte Inglés. Me licencié de Graduado Social, pero nada de eso me catapultó a lo que soy hoy: un soldado más en la lucha de Cataluña por su independencia. Lo que de verdad cambió mi vida de charnego anónimo en un suburbio anónimo fue conocer al que es mi referente: Eduardo Reyes. ¿Que no os suena? Qué jodíos. Así va el país. Reyes es el presidente de la plataforma Súmate, un chiringuito cojonudo. Tan cojonudo que siendo sólo 450 socios en toda Cataluña, nos pudimos colocar casi todos en política. ¡Hay que ver lo que renta ser charnego e independentista! Así va el mundo: ellos, los carolingios, tienen necesidad de nuestro producto. Y nosotros se lo damos. Y compran. Así de simple.
Gran tipo Eduardo Reyes. Un líder nato. Mirad si es mi referente, que un día -me acordaré toda la vida- el tipo me mira muy serio, tan serio que casi me acojona, y me dice: “Niño, nunca te olvides de aquel dicho que tenía mi madre: pórtate bien con el patrón y siempre te irá bien en la vida”. Y funciona. Vaya que si funciona. Si no, fíjense en mí: de parado a diputado. Casi ná.
Pero el chiringuito -perdón, la plataforma- Súmate, sólo fue el trampolín. Me puso en el escaparate, en el disparadero, como si dijéramos. Quienes de verdad me catapultaron fueron los de Esquerra Republicana. Lo que yo digo: me oyeron hablar, que es como decir que me vieron en el escaparate, y compraron. “Necessitem de vosaltres, els emigrants, per construir una Catalunya lliure”. Y hasta hoy.
Ahora tengo un buen pasar. Mis seis mil eurillos de vellón al mes, que es lo que cobro como diputado del Congreso, no me los quita nadie. Pero, oigan, que lo mío no es interés, ¿eh? Lo que yo hago, lo hago por convicción, no se crean. Jo lluito per una Catalunya lliure. De hecho, cuando a fin de mes me acerco al Congreso para cobrar, le digo al tesorero: “¡Quita, quita, con esos dineros españoles!” . Es que me da mucho coraje. No me acabo de acostumbrar a recibir dinero del país que oprime a mi tierra, de quien nos tiene colonizados. Pero es que aunque parezca un malote, soy un blando. El tesorero me llora, me dice que hay que ver, Gabrielillo, mira que me pones en un compromiso, piensa en tus padres, etc. Y ná, me dejo convencer. Y cobro. Pero lo haría gratis total, se los juro.
A veces me preguntan qué es lo peor del cargo. Y yo digo que el careto de Joan Tardà. ¡Mira que es feo el jodío! Nos llaman el bello y el bestia. Pero yo me lo quiero mucho. Cuando nos atacan los unionistas, les digo que sí, que en ERC tenemos un portavoz parlamentario que parece…no, que parece no: que es un australopithecus. Que vale, que puede que sea el eslabón perdido o una extraña regresión en la evolución humana, pero que en todo caso es catalán. Un catalán de los pies a la cabeza, que lucha por su país. Y que en la futura República Catalana, no se juzgará a la gente por su apariencia. Eso es cosa de españolistas, que son todos superficiales por naturaleza.
Otra cosa que me preguntan mucho, es cómo me llevo con la familia que tengo en Andalucía. La gente espera que les diga que mi familia está dividida -la fractura social, ya saben-, que me detestan mis parientes, pero la verdad es que no. De hecho, me llevo mejor que nunca. Tanto, que soy un mito en el pueblo. Hasta mi tío Severino, el que cultiva melones, que siempre me había considerado un despojo, ahora, cuando se encuentra con mi madre, le dice: “Oye, Paca, que parece que tu Gabrielillo se ha hecho un hombre importante, un hombre como Dios manda, de los que cortan el bacalao. Vaya cochazo gasta, el tío”. Y mi madre, más ancha que pancha. Hasta he contribuido a expandir la causa más allá de las fronteras catalanas. En el pueblo, todo el mundo se quiere hacer independentista: “¡Pero si sois de Granada!”, les digo. Y ellos: “Quita, quita, que por seis mil euros al mes, somos de donde sea”, me contestan.
¿Qué si es una contradicción ser independentista y ser charnego castellanoparlante? Pues no. Yo hablo castellano para ver si se enganchan mis paisanos a la causa. Soy como aquellos misioneros evangelizadores, que hablaban quechua o mandarín para convertir a los nativos. Pero eso lo hago sólo yo, ¿eh? Los demás, a la inmersión lingüística, a sumergirse, como los buzos. A ver: ¿si tú te vas a vivir a Alemania no tienes que aprender alemán? Pues aquí es lo mismo. Los chiquillos se tienen que integrar, se tienen que llamar Biel, Oriol o Arnau. A mí, un día de éstos, me da un arrebato como al Mikimoto y me cambio el apellido: Truhà, me voy a poner. Sigue sonando igual de mal, pero es catalán.
Me gusta mi apellido. Imprime carácter. Es como decir: “mirad, soy un hijoputa y encima lo proclamo”. Entre eso, y que me duele la cara de ser tan guapo, a las mujeres las tengo loquitas. Sobre todo a las catalanas de la ceba. Me ven malote. Les pone cantidad hacérselo con un charnego, para ellas es como algo canalla, prohibido. Claro, es que en Vic la vida es muy aburrida. Pobrecillas.
Sólo dos cositas más, que ya me estoy alargando: Una, que no es que yo hable lento, es que soy denso. Son cosas distintas. Tengo tanta enjundia en mi ser que debo hablar al ralentí para no perder la sustancia de lo que quiero decir.
Y dos: con mi belleza y la inteligencia de Tardà, vamos a arrasar. Conseguiremos alcanzar el Himalaya de la independencia. Y si no, al tiempo.
Gabriel Rufià no sona prou bé per un heroi que sense cap dubte estarà als llibres de text que farà Bilbeny per les escoles. Molt més català i eufònic «Biel Alcavot».